viernes, 30 de mayo de 2008

La vida es sueño*

Una realidad de ficción ha sido creada por el capitalismo de ficción, en el que la importancia teatral de las personas y el estilo del mundo priman (porque sin estilo no hay encantamiento) desbancando del reinado a las mercancías (claves en el capitalismo de producción hasta la Segunda Guerra Mundial) y los signos y la publicidad (propios del capitalismo de consumo caído con la caída del muro de Berlín).
El capitalismo desaparece para transformarse en civilización, en mundo a secas. La desnaturalización de las diferencias configura una misma cultura transparente y de mejor control. Todo lo que cobra valor internacional respeta el modelo homogenizador
del imperio occidental, sobre todo, norteamericano, que absorbe y globaliza las particularidades locales. Incluso la revolución o el terrorismo son espectáculo mientras la gente "desea" las mismas cosas y vive al mismo tiempo.

Estados Unidos es el rey de la comunicación y del marketing y sabe que el dominio total necesita del poder del look, la atracción a partir de su influencia cultural en todos los aspectos. Por eso, aunque su arrogancia militar y financiera y la drástica reducción de derechos civiles haya deteriorado su imagen en el mundo (basada en su fama de nación democrática y libre, el american way of life) construye un nuevo rostro que confunda lo norteamericano con el mejor ambiente general. La hegemonía se transforma para hacerse presente en todas partes sin que se la vea nítidamente en ninguna. De la marca al no logo, no hacerse notar, ser una atmósfera ineludible y natural. American flavour.

La representación, la realidad del espectáculo, la cultura inmediata y vulgar, el cine y la televisión se cuelan de forma omnipresente. La revolución del entretenimiento representa la más poderosa fuerza social y económica de nuestro tiempo. Las fronteras entre entretenimiento y casi cualquier otra cosa se confunden cada vez más. Economía del espectáculo. Show business. Merchandising.
La ciudad misma es un espacio teatral, maquillado y vistoso, un artilugio recreativo para el entretenimiento. Un teatro donde los ciudadanos son actores y espectadores, clientes y artistas que no quieren aburrirse nunca.
De la cultura profunda (y elitista) que requiere esfuerzo y atención a la cultura del consumo y su idea de la fiesta sin fin. Satisfacciones sin nada a cambio. Escasez de compromiso. Todo es cada vez más simple. La gente no soportaría manifestaciones malhumoradas. La tragedia y sus requerimientos de profundidad e historia son incompatibles con la iluminación del presente y lo superficial. Instantáneas cazadas a gran velocidad. Ausencia de teorías y de esfuerzo lector. La trama es vasta y compleja. A los jóvenes consumidores de nacimiento se llega con técnicas de comunicación y venta.

Es momento de superar la tradicional oposición entre superficial y profundo, apariencia y esencia, forma y contenido. La forma significa. Si el comunicador para tener éxito debe procurar satisfacción, complicidad y sentido del humor; incorporar el canon de la imagen y el sonido, la visión súbita, la emoción y el impacto, se trata de incluir al destinatario.
El mundo ha cambiado. Los planes de estudio pierden vigencia y posibilidad de actualizarse. Los alumnos se aburren y fracasan. Los profesores se mantienen ajenos a casi toda novedad de la cultura interactiva del consumo. Educar a los educadores.

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¿Es Barack Obama la tintura marketinera que le cambiará la fachada a Estados Unidos?
El ideal estadounidense del self-made man del capitalismo de ficción es negro y promete paz fusionando entretenimiento, show, retórica y emoción. ¿Es?

*Reseña. Verdú, Vicente. “El mundo” Cap. 1 de El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción. “La cultura sin culto”, “La información sin formación”. Cap. 1 y 2 de Yo y tú, objetos de lujo. El personismo: la primera revolución cultural del siglo XXI.

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